El desorden.
Mi humanidad se encontraba plácidamente desparramada en el sillón, en pose de sexoservidora con serios problemas de osteoporosis. Frente a mí un tarro de cerveza llorando condensación, un cenicero con dos colillas retorcidas y otra aún humeante.
Entre manos, un libro interminable de derecho penal. Leer un libro de derecho es sumamente confortante un sábado por la tarde, siempre y cuando compartas la filosofía del extinto Voltaire que dice: “No comparto tu opinión pero daría mi vida por defender tu derecho a expresarla”. Porque si no te interesa el mundo de las leyes, leer un libro de algún jurisconsulto trasnochado es similar a leer la sección amarilla página por página.
Un día de des quehacer invitare a los directores de las escuelas de derecho de esta linda nación a tomarnos un café y pedirles de favor se tomen medidas urgentes para que los abogados sepan escribir tipo novela de los vampiritos vegetarianos, o como la Gaby Vargas. El derecho debe ser entendible por todos y sobre todo algo grato. Porque, vamos palabritas elegantes de uso exclusivo para sacerdotes del derecho, se agradecen entre colegas. Pero para el resto de los ciudadanos se debería considerar como una falta de respeto.
Fue justo en el momento que pude definir bien, cuando los delitos fiscales prescriben, es decir en términos decentes, cuándo nuestra querida Secretaria de Hacienda ya no puede ir con el chisme al temido poder judicial de que no he pagado mis impuestos y me pongan pijama a rallas, por no contribuir al gasto público o que el gobierno pague sus vicios. Y todo ese conocimiento, después de cien páginas con la demoniaca Arial 9.
¿Ven?, los intelectuales dicen cosas simples de forma complicada y las artistas cosas complicadas de manera sencilla. Qué tan complicado puede ser, hacer abogados, mecánicos y doctores artistas.
Como siempre pasa, tú y las cuatro paredes con techo que nombras hogar. Se encueran en estado de impresentabilidad. Y en justo momento llega la temida visita inesperada, cuando de los poros de tu cuerpo destilan el agridulce olor a humanidad. Y para sumarle la vista es el casero.
Siguiendo el ejemplo de Don Ramón, salí de casa sin que me viera y lo intercepte en la calle. A la hora que ingresó a su casas y descubrir en sus ojos asombro por aquel tiradero. Grité “ No jodas, NO jodas me han robado”, Ve cómo dejaron mi pobre casa, ve como dejan la ropa tirada los rateros, no inventes, ve hasta se pusieron mis calzones y los dejaron oxidados que crueldad. Maldita inseguridad”.
Cambiar mi desorden por una escena de crimen, fue una proeza de agilidad mental. Nada creíble mi actuación, pero de verdad que muy simpática. Y me dieron un lindo descuento por los diez y ocho meses de renta.
“Vine a ver el problema que tiene de ratas, me comentó.”
¿De ratas?, qué dice. Si parecen conejos. Me levantó y ya están sentadas en la mesa. ¿Qué onda? van a jugar canasta o están esperando el desayuno.
"No invente, en mi casa no hay ratas."
Que le deba diez y ocho meses no la hace su casa, es mi casa.
“Oiga ¿Y esos huachinangos?”
Paré, paré. De la humedad luego hablamos, está usted aquí para ver lo de las ratas.
No me quedó más remedio, que invitarlo a un trago de cerveza y discutir el camino que sigue nuestro dinero en los impuestos. Y así venderle un bonita evicción fiscal, que vamos es lo mismo que dejar de pagar impuestos pero de manera legal.
Así pasa el tiempo de espera de la renta.